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¡Échale pimienta!

 

El instinto siempre sabe expresarse, poderoso y rotundo. Dale rienda suelta sobre el papel. El mismo instinto sabe que es mejor para que las palabras lleguen. Lo sabemos, y satisfacemos ese ancestral instinto de comunicación de la mejor manera posible. En éstos bosques de la vida siempre hay historias que cazar y de las que nutrirse.
A través de las palabras, de las imágenes, o de su combinación, tiene que atisbarse aspectos con personalidad. Deja la asepsia para los quirófanos, condimenta tus palabras con las especias de tí mismo, que tengan sustancia y no sean insípidas. Un poco de pimienta, un poco de picante le da más sabor.

Un ejemplo: Gente de la poesía que conocí, que parece desayunar bocadillos de lsd y anda alucinando por ahí todo el puto día, creyendo que todo es belleza en la vida, y que este es un mundo de gominolas de colorines, con unicornios trotando, florecillas cantando, y millones de duendecillos expectantes y deseosos de sus poemas, pero sin apenas resultados. Suena irreal, ¿verdad? Porque intentar comunicar desde una personalidad que no es natural se nota y no es creíble. Eso de escribir bendiciendo a los buitres que se alivian encima de nosotros y se nos comerían, o mirando extasiados un arcoiris mientras estalla una bomba nuclear es muy forzado, es artificioso y echa para atrás al lector o espectador.
Por eso digo que es importante no perder la propia voz, sin eufemismos ni subterfugios si puede ser, no hace falta ponerse rimbombante cada dos por tres. Variando intensidades pero siempre dentro de la propia personalidad, que no nos tiemble el pulso en eso. Tampoco os paséis de voltaje gamberril como éste que escribe, no queremos que nadie se fría en el proceso.
Aptitud y actitud, a la hora de crear contenido, saber lo que haces pero sin llegar a ser una computadora con patas y alejándonos de ese rancio florecillismo para lograr que lo que salga sean contenidos frescos,
también ácidos si se tercia, con los que sentir algo de verdad, como un trago de whisky del bueno, como conducir un Ford Mustang, como estrechar la mano de Muddy Waters, como un orgasmo incontrolado.
A veces se absorben elementos preexistentes o conceptos en desarrollo para crear algo nuevo, pero eso no es impedimento para hacer algo nuevo a partir de eso. No olvidemos que Superman contiene elementos de la novela Gladiator de Philip Wylie, del Doc Savage de Lester Dent, y del Tarzán de Rice Burroughs, y lo que consiguieron sus autores Jerry Siegel y Joe Shuster fue un producto rompedor y disruptivo diferente a sus influencias que causó furor y se instaló en la imaginación colectiva desde entonces. Esa es una posibilidad válida y factible, transformar al estilo propio lo que los propios sentidos recogen.

Si hay que poner sentimientos sobre la mesa, uno se pone a ello, pero sin caer en el mantequillismo, que hasta para eso hace falta echarle energía y arrestos, vibrar, porque si queremos que el lector sienta algo, nosotros debemos ser los primeros en sentirlo al escribir, dibujar, o diseñar.
No puedes tentar al diablo. No puedes apagar el infierno, ni puedes eliminar lo inevitable, pero ésto si puedes hacerlo. Arremángate, no es tan difícil. La cosa es más sencilla y menos espectacular de lo que parece. Sentarse y dirigir una idea hacia donde queramos que vaya, no hay más que eso y la constancia, que dará sus frutos. Preparados para comenzar la pelea contra la hoja en blanco. Cosa chupada. No tiene ni media hostia.

Reseñas

Reseña de obSEXión

Por Alexander Drake

ObSEXión es un retrato explícito sobre las pulsiones del deseo y los instintos más oscuros que alberga el alma humana. Ese deseo universal y primigenio del cual todo hombre y mujer ha sido víctima y verdugo en numerosas ocasiones. Un lugar desconocido donde habita nuestra parte más compleja e indescifrable. Y es justo aquí por donde transita esta historia. Igual que un funambulista haciendo equilibrios imposibles para no precipitarse hacia el abismo,las páginas de este libro nos llevan por cientos de rutas laberínticas para intentar encontrarnos a nosotros mismos; o perdernos para siempre en un baile de máscaras donde no podremos diferenciar entre ficción y realidad.

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